miércoles, 12 de septiembre de 2007

Director 2007.09.11

El pasado sábado, sobre las doce de la noche, dos matrimonios caminamos por la parte superior de la playa de Riazor… y créanme que no pudimos evitar la exclamación que de nuestras mentes se adueñó: ¡Coruña, qué bella eres!. Y es que ver en plena iluminación la perfecta herradura que forman nuestras tres playas, con nuestra Torre de Hércules, al fondo, es para quienes admiramos la supuesta belleza de aquella mujer que le dio nombre a este rincón de la geografía gallega, que otra mujer, que otras mujeres, que otros seres con sensibilidad nos movilicen las fibras que nos hacen distintos a los irracionales. Parece mentira que teniendo la fortuna de vivir en La Coruña, pasemos semanas y semanas o meses y meses sin contemplar tanta belleza… Y es que hemos entrado, mujeres y hombres, en una dinámica tan destructiva que confesar nuestros sentimientos, en pleno siglo XXI, es algo así cómo blasfemar en plena celebración de la Santa misa.
Si al finalizar el día cada uno de nosotros hiciésemos acopio de cuantas imágenes registró el cerebro, es muy posible que algunas de ellas las quisiéramos guardar, de por vida. Y ello sería comprensible, puesto que cada individuo, como tal, necesita estimular sus sentimientos y sus fantasías.
Y una vez llegados a este punto, intento analizar a mis congéneres y lo que encuentro es una especie de pasotismo, como si dejásemos de ser seres con sensibilidad y sentimientos y pasásemos a ser meros robots que se avergüenzan de confesar o manifestar las bases que hacen que la convivencia sea sincera y duradera. Después, dentro de esos parámetros, hemos creído conveniente que lo que denominamos o titulamos fidelidad o lealtad sean los lazos que adornan el envoltorio del regalo, cuando el contenido de tal envoltorio está en nuestro corazón. Y ese contenido se llama AMOR. Y dentro de ese genérico está el sublime, el inalcanzable, el físico y el temporal o casual. Y, al final del paseo por esta corta vida, disfrutemos de la belleza que se nos presenta ante nuestros ojos… como regalo caído del cielo. Quizás, por eso, a La Coruña, a la mujer que la representa, no dejo de mirarla e intentar beber todo ese paisaje que me ofrece entre rosadas colinas.

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