viernes, 1 de febrero de 2008

Director 2008.02.01

La tarde de ayer ha sido muy confortable, por varias razones. Una de ellas reencontrarme con gente de mi generación y recordar La Coruña de nuestra infancia y juventud y comprarla con la presente. Recordar a compañeros de pupitre que hace tiempo que nos han dejado para siempre… mientras que unos cuantos de nosotros ya hemos estado al borde de emprender el viaje de no retorno, donde los especialistas nos dictaminaron unas pocas semanas para que nos fuésemos despidiendo de la familia y de los compañeros de farra. Pero lo más curioso, es que al ir hilando un recuerdo con otro y con otro y con otro… el resultante es una lista de amigos comunes: los que supuestamente nada tenían que ver con nosotros, pero que el devenir laboral de tantos años de trabajo nos los ha puesto en el camino. Y lo más emotivo es que cada uno de nosotros se ha inclinado por tal creencia religiosa, por tal Partido Político, por estudios distintos y por actuaciones diferentes. ¿Cuál es el resultado de años de distanciamiento físico?... Pues que sigue existiendo un gran respeto entre todos nosotros y un amor inquebrantable hacia dos ciudades que nos han mimado y acogido como si fuésemos sus hijos. Y también hacia dos equipos de futbol que nos han hecho vibrar de emoción, en tardes gloriosas. Las ciudades donde hemos vivido, estudiado y trabajado son La Coruña y Vigo. Y nuestros equipos de futbol de nuestras entretelas se llaman Club Deportivo de La Coruña y Celta de Vigo.
Y esta alegría que estoy sintiendo al escribir estas líneas la resumo con diálogos que hace años mantuvimos Pablo Portabales (el hombre de la Radio querido por los coruñeses) y un servidor. Recuerdo decirle a ese buen profesional, “Hola, coruñés de Vigo”… y él responderme, “¿qué hay, vigués de La Coruña?”.
Este comentario lo estoy dirigiendo a los jóvenes que nos remplazarán muy pronto: acepten con respeto y amplitud de mente a todos por igual… aunque algunos no coincidan con nuestros ideales y con nuestra formación particular. Pensad que la diversidad de pensamientos e ideas os enriquecerán a todos por igual. Y jamás, jamás, etiquetéis a nadie comparándole con algún incomprendido porque, en un porcentaje superior al 90, os llevaréis la gran sorpresa del siglo. Para calificar a alguien hay que entender, primero, en el medio que le toca vivir; y segundo, el valor de su independencia… y la independencia se consigue después de dejar de pertenecer a la bolsa de trabajo. Y por último, valorarlo por lo que hace; nunca o casi nunca por lo que dice. ¿De acuerdo?...

No hay comentarios: