lunes, 19 de noviembre de 2007

Director 2007.11.19

Supongo que muchos de ustedes, finalizando la semana pasada, habrán leído que se detenía a un señor por haber cortado seis eucaliptos.
Al oír tal noticia no pude evitar el echarme las manos a la cabeza, por dos razones. La Primera, porque estamos hablando de un árbol maldito (como se le conoce en Estados Unidos, Canadá y Australia) que necesita de 60 a 70 litros de agua para seguir en pie. Y la segunda, porque con la sequía que estamos viviendo actualmente, más la futura desertización que sufrirá en breve la totalidad de la península ibérica, es como para sentir una honda preocupación por la continuidad o no de este árbol.
Aunque muchos, muchísimos de ustedes, -bastantes más de lo que pude imaginar- aprueban en un alto porcentaje mis comentarios diarios; estoy llegando a la conclusión de que yo nací en el siglo equivocado y en el momento equivocado. Porque, aunque haga esfuerzos por no tener que escribir en negativo contra todo y contra casi todos, la realidad –tan tozuda ella- se cruza en mi camino y me cabrea. Tanto me cabrea, que a quien multaría y metería en la cárcel es a quien ha dado la orden de molestar al ciudadano que taló seis eucaliptos. Porque si de mí dependiera, haría todo lo contrario: fijaría un premio en efectivo por cada eucalipto que desapareciera de la faz de la Tierra.
De ahí que, y desde este humilde e insignificante rincón del planeta Tierra, hago un llamado a todos los especialistas y estudiosos del equilibrio climático para que sin adornos y con toda la crudeza del mundo digan a ciertos “homos sapiens” que el eucalipto es un árbol maldito y que tiene que desaparecer de inmediato… y sin que se oiga ni un solo vocablo en su favor. Es más, declarar a quien y quienes los plantan como asesinos en potencia, puesto que amenazan nuestras vidas y las de nuestros descendientes sin el menor escrúpulo.

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