miércoles, 2 de enero de 2008

Director 2008.01.02

Quiero comenzar el nuevo año, con el permiso de todos ustedes, recordando una de mis tres grandes pasiones: la música blues, pilotar aviones y el manejo de cualquier tipo de arma de fuego. Y como la primera es la música que aquí, en España, la hemos ido conociendo a través de la cultura negra norteamericana, por esa misma razón es que hoy quiero dedicar mis primeros minutos de este nada prometedor 2008.
Para mi generación, y por haber mantenido unas malas o quizás frías relaciones diplomáticas con el Reino Unido, las goteras musicales que nos iban cayendo sobre los escasos tocadiscos de algunas familias semi aburguesadas o con unos ingresos mensuales un poco superiores a la generalidad, debido al llamado pluriempleo, las adquiríamos gracias al personal que trabajaba y navegaba en los trasatlánticos “Auriga”, “Begoña”, “Virgen de Montserrat”, etc. pues eran los que nos abastecían de las novedades musicales de América del Norte. Unos vinilos se compraban en Caracas; otros, en Kingston (Jamaica) y algunos en Barbados.
No voy a dar nombres de grandes guitarristas, pianistas, trompetistas, Saxofonistas y Cantantes, que sí los ha habido, por miedo a olvidarme de alguno. Lo que sí quiero resaltar es que se componía, se interpretaba y se decía, en un tono de ruego, de solicitud, de añoranza, lo que conocimos bajo el genérico de “blues”.
El “blues” era una estructura de 12 compases, en la que se volcaban los sentimientos más íntimos, más sentidos, más humanos. Y a pesar de aquella influencia negra, en la que nos hablaban de plantaciones, de abusos corporales y de un Dios supremo (para El que no existían diferencias de color, ni jerarquías) los intérpretes negros no eran capaces, por sí solos, de salir de la mediocridad… o de la poreza más absoluta. Fue gracias al “blues inglés”, comenzando por las bandas de blancos como los Rolling Stones y posteriormente The Batles, que los propios negros estadounidenses se percataron que aquella influencia era positiva; ya que por un lado se reconocía como música seria al “blues”; y por el otro, el Reino Unido quería salvaguardar a sus juventudes blancas de aquella mezcla de “blues” y “rock-blues”, que en Estados Unidos ya se empezaban a escuchar en el propio Flamingo de Las Vegas. En una palabra, que los británicos iban tirando a la basura las composiciones que llegaban del otro lado del Océano para que sus blancas juventudes no se contagiaran de la estructura de los 12 compases… al tiempo que los negros del sur de Estados Unidos los recogieron, los aceptaron y los protegieron. Y gracias a las dos primeras “bandas de blues” que desembarcaron en el norte del Nuevo Continente, los negros fueron reconocidos a nivel internacional… y sacados de la miseria.

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