viernes, 4 de abril de 2008

Director 2008.04.04

Hoy voy a mencionar al rey sol, el que nada tiene que ver con ninguno de los Luises franceses, porque al presentarse sin ningún tipo de obstáculo (me refiero a las nubes, ¿qué otro obstáculo podía tener?), nuestros cuerpos y nuestras mentes se transforman de tal manera que pareciera, sólo pareciera, que dejamos de ser los pesimistas, los tristones de la película o los amargados del drama. Y es que cuando ese disco, lleno de luz y calor, aparece sobre el fondo azul del firmamento…la retina de nuestros ojos cierra un poco o un mucho su diafragma para que el repentino exceso de vida no nos ahogue.
Observemos, por ejemplo, quienes ya hemos entrado en la etapa de la contemplación, como las jóvenes se vuelven más jóvenes, frescas y optimistas y los jóvenes muestran sus bíceps y sus instintos reproductivos afloran como los llamados “pezones” en los árboles. Y quizás toda esta transformación esté refrendada en el dicho popular aquel: “La primavera, la sangre altera”: Pero no olvidemos tampoco, y la lista de nacimientos así lo certifica, la entrada del otoño… pero por motivos diferentes: la entrada del otoño nos transporta a los últimos coletazos del esplendor de un verano que jamás debe, ni debió fenecer. Porque si el verano es el motor de muchas rupturas matrimoniales o de simples noviazgos; no es menos cierto que la entrada del otoño es –aunque en menor medida- la confirmación del amor sólido y verdadero… y la entrega desinteresada , como premio a no haber caído en la tentación de un maldito “sueño de verano”, que tantas desventuras lleva a muchos hogares por unas simples y tontas aventuras. Y es que el ya aceptado por ambas partes “aquí te pillo, aquí te mato”, si no sabemos dosificarlo, si nos comemos el coco por no haberle pedido el número del teléfono o el domicilio, , traerá siempre, siempre, resultados nada apetecibles.
De ahí que los que tenemos la fortuna de haber transitado los caminos de la excitación constante y disfrutamos del sosiego que nos da la contemplación (no, la añoranza), recibamos al astro rey con un simple “¡bienvenido al mundo de los vivos!”.
Luís de Miranda.

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