miércoles, 11 de marzo de 2009

Director 2009.03.11


Por más vueltas que le doy a mis células del entendimiento, me resulta incomprensible que en el día de hoy, ni sus Majestades los Reyes de España, ni el Presidente del Gobierno Español (nuestras máximas representaciones del pueblo) no acudiesen al abandonado y resquebrajado monumento que se erigió en su día, para rememorar la pérdida de cerca de doscientas personas asesinadas en el mayor atentado terrorista de Europa y de mas de mil heridos habidos.
Este menosprecio, a mi modo de entender, es una realidad que en nada tiene que ver con los sentimientos y el respeto humanos que se merecen los familiares y amigos de cuantos han dejado su vida, por culpa de unos descerebrados que su único objetivo es el matar o mutilar a seres inocentes, en beneficio propio y de terceros.
Mi consternación va dirigida -muy a pesar mío- a quienes presuntamente hacen llamarse católicos, apostólicos y romanos. Y en este punto no cedo ni un sólo milímetro, ya que sabían y saben de antemano que el día 11 de marzo de todos los años tienen el deber de transmitir a cuantos sufrieron el atentado y a los familiares de los asesinados el dolor del pueblo español, como mínimo. Porque el pueblo español no ha olvidado, ni olvidará, aquella salvaje matanza y carnicería. Otra cosa muy distinta será posiblemente para los no creyentes... en cuyos sentimientos no entro ha valorar.
Tampoco aceptaré como disculpa las “cuestiones de agenda”, puesto que -repito- el día 11 de marzo es otro día de luto para España... aunque tal expresión les suene a algunos como “el día de la demagogia”, para doña Esperanza Aguirre su “agenda” tuvo que esperar, porque -para ella- hoy no había nada más trascendental que rendir homenaje a las víctimas y sus desconsoladas familias.
Y para terminar, solamente diré que es en estos gestos donde descubrimos la calidad moral y humana de quienes dicen representarnos.
Nosotros, el pueblo liso y llano, enviamos a los supervivientes y a los familiares de quienes han perdido seres queridos, nuestro dolor y nuestro afecto. Y que tengan la seguridad plena de que jamás olvidaremos ningún 11 de marzo... por muchos años que nos separen de aquella dolorosa mañana.
Luis de Miranda.

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